1 de
agosto. Ya. Tan rápido… Me sorprendo por el ritmo de vida tan acelerado que
llevamos.
Sentado
ya en el avión, casi 11 meses después, parece que todo siga siendo igual que
ayer: mismas maletas, misma escala, tantas horas para pensar… Pero las maletas
están algo más ajadas, y la sensación no es para nada la misma: ya no hay esa
emoción que se tiene al empezar una aventura, ese cosquilleo por llegar, por
saber cómo será, ese pequeño miedo, esa adrenalina…
El
tiempo ha pasado. Entre días y lunas, entre risas y sueños… Nos hemos acomodado
y, sin darnos cuenta, el tiempo se nos ha escurrido entre las manos… Y aún
quedando tantas cosas por hacer, no hemos podido aprovechar mejor cada momento…
Sigo
siendo el mismo, el mismo pesado de siempre, el mismo tipejo sonriente. Pero
tengo la sensación de que algo dentro de mí se ha alejado sin darme cuenta. El
Etna ahora se aleja, poco a poco, y soy consciente de que tardaré en volver a
verlo. Como tantos rincones que he pisado, como a tantas personas que he conocido.
Todo y todos, aunque no se note, acaban dejando algo de huella en uno mismo.
Empieza
a asomar Messina. Me trae recuerdos… Sicilia… Toda Sicilia es maravillosa, ahora sí
que lo puedo decir. Es tierra de paraíso con su ritmo, con sus gentes… Tal vez,
algo caótica, pero “a veces necesitamos un poco de sur para no perder el
norte”. Es mágica, tiene su encanto, su duende especial: mitos y leyendas,
surrealismo por todas partes… No sé, tan diferente, tan bizarra, mucho más “normal”
que otras ciudades europeas, que son más silenciosas, más frías y más grises.
Con menos vida.
Vuelvo
a mirar por la ventana, las últimas tierras, las Eolias. ¿Ésa era Vulcano? No
sé, me las perdí. Pero su volcán lanza algo de humo. Es bellísima la sensación de
pensar que la isla te dice arrivederci
de una forma tan suya, no hay mejor forma de despedirse de ella. Sí, quedarme
unos días más fue una buena opción.
Ahora
sí que sí, Sicilia queda atrás. Ahora toca echar la vista hacia delante, hacia
nuevos horizontes, pero sin olvidar lo que me queda dentro. Llevo poca cosa: me
vuelvo con dos maletas con algo de ropa, un libro y un Fuoco dell’Etna. Pero llevo conmigo lo más importante, esas
pequeñas cosas que te recuerdan a gente tan grande y a momentos tan
inolvidables: un cuadro dedicado, una canción de Ferreiro, una entrada al
Bellini y otra al Palagiacchio, un dibujo con la cara de un payaso, unos juegos
de burgalés alcohólico, un “Moncho” como grito de guerra… A ésos los llevaré siempre conmigo...
me gusta un montòn!!!
ResponderEliminar