lunes, 10 de septiembre de 2012

Prólogo: ERASMUS ONCE, ERASMUS FOREVER


Hay gente que escoge la Erasmus para pegarse el año de su vida. Otros para dejarse llevar. Otros para salir del nido, aprovechar oportunidades, aprender un idioma o enriquecerse culturalmente. Razones más que suficientes para aceptarla. Mi caso es algo diferente: me fui a vivir una aventura, una prueba personal. Me fui para no malgastar más el tiempo, para decidir y ordenar mi cabeza. Digamos que quise ver la luna llena cuando había toque de queda. Y la vi, y durante más tiempo del previsto. Y no me arrepiento de nada. Estoy seguro de que fue la opción más acertada. Tal vez, la única.
Y vuelvo con el orgullo de no haber perdido ni tiempo ni cabeza, y con la sonrisa de haber experimentado tan buenos momentos, con el recuerdo de haberme maravillado con tantísimos lugares. Vuelvo con energía, con vitalidad. Vuelvo con ganas. Con ganas de empezar proyectos. Con ganas de trazar (y no seguir) un camino. Con ganas de cambiar el mundo. Al menos, mi mundo.
¿Qué qué ha pasado? Tocará empezar/volver a leerlo todo. A revivir este cuento. A volver a soñar qué ocurrió. Una pista: solía empezar decenas de planes, y no acababa ninguno. Algo habré cambiado. ;)
Porque esto no acaba entre estas páginas. Una vez, escuché decir “Erasmus once, Erasmus forever”. Y me encanta esa máxima.

Capítulo XLIV: De nuevo, aviones


1 de agosto. Ya. Tan rápido… Me sorprendo por el ritmo de vida tan acelerado que llevamos.
Sentado ya en el avión, casi 11 meses después, parece que todo siga siendo igual que ayer: mismas maletas, misma escala, tantas horas para pensar… Pero las maletas están algo más ajadas, y la sensación no es para nada la misma: ya no hay esa emoción que se tiene al empezar una aventura, ese cosquilleo por llegar, por saber cómo será, ese pequeño miedo, esa adrenalina…
El tiempo ha pasado. Entre días y lunas, entre risas y sueños… Nos hemos acomodado y, sin darnos cuenta, el tiempo se nos ha escurrido entre las manos… Y aún quedando tantas cosas por hacer, no hemos podido aprovechar mejor cada momento…
Sigo siendo el mismo, el mismo pesado de siempre, el mismo tipejo sonriente. Pero tengo la sensación de que algo dentro de mí se ha alejado sin darme cuenta. El Etna ahora se aleja, poco a poco, y soy consciente de que tardaré en volver a verlo. Como tantos rincones que he pisado, como a tantas personas que he conocido. Todo y todos, aunque no se note, acaban dejando algo de huella en uno mismo.
Empieza a asomar Messina. Me trae recuerdos… Sicilia… Toda Sicilia es maravillosa, ahora sí que lo puedo decir. Es tierra de paraíso con su ritmo, con sus gentes… Tal vez, algo caótica, pero “a veces necesitamos un poco de sur para no perder el norte”. Es mágica, tiene su encanto, su duende especial: mitos y leyendas, surrealismo por todas partes… No sé, tan diferente, tan bizarra, mucho más “normal” que otras ciudades europeas, que son más silenciosas, más frías y más grises. Con menos vida.
Vuelvo a mirar por la ventana, las últimas tierras, las Eolias. ¿Ésa era Vulcano? No sé, me las perdí. Pero su volcán lanza algo de humo. Es bellísima la sensación de pensar que la isla te dice arrivederci de una forma tan suya, no hay mejor forma de despedirse de ella. Sí, quedarme unos días más fue una buena opción.
Ahora sí que sí, Sicilia queda atrás. Ahora toca echar la vista hacia delante, hacia nuevos horizontes, pero sin olvidar lo que me queda dentro. Llevo poca cosa: me vuelvo con dos maletas con algo de ropa, un libro y un Fuoco dell’Etna. Pero llevo conmigo lo más importante, esas pequeñas cosas que te recuerdan a gente tan grande y a momentos tan inolvidables: un cuadro dedicado, una canción de Ferreiro, una entrada al Bellini y otra al Palagiacchio, un dibujo con la cara de un payaso, unos juegos de burgalés alcohólico, un “Moncho” como grito de guerra… A ésos los llevaré siempre conmigo...

Capítulo XLIII: Últimos días


Días de Acitrezza y playa, de saltos y de snorkle. Días de birreo en el Ágora, de papeleos con la Belfiore, de cambio de vuelos. Días de ver aviones despegar, de tiempo muerto, de firmar banderas. Días de disfrute, de sonrisas y recuerdos.
Días de despedidas, de caras frustradas. La realidad es así: de repente le da por hacerte un fondo con una pequeña aguja de florete, y la burbuja en la que vivimos te explota en la cara. Es hora de volver a la realidad, hora de dejar este pequeño sueño como un recuerdo.
Últimos días por aquí, en la Catania que vemos con otros ojos, en la Catania que nos acogió por un año. El Erasmus da sus últimos coletazos.
Sí, estoy como estamos todos: jodido. Jodido porque la gente se va, y ya no se puede hacer aquello de quedar todos los días a cualquier hora. Jodido por saber que no voy a poder verlos tanto como quisiera. Pero sonrío: a los verdaderos no los quiero perder. Y lo que he vivido por aquí no se podría remplazar por nada. Las despedidas son una de las peores sensaciones que existen. Pero llevan detrás miles de historias. Y sólo por esas historias merece realmente la pena decir un “a dopo”. Estoy enormemente feliz de haber hecho una aventura en este pequeño paraíso.

Capítulo XLII: Resaca anímica…


Sí, ayer salimos al Barbara los pocos que sobrevivimos a esta era. Pero no es por cervezas, es otro tipo de resaca, algo más dura.
Me levanto y empiezo a recoger todo lo que hay que “buttare via”, y preparo maletas: hay que dejar Palazzo Martinez 31. Pensaba que no iba a ser dura la despedida de esa casa, ya había visto un huevo de caras con una expresión de retorcimiento interno. Pero, al cerrar maletas y abrir la puerta para marchar, cientos de imágenes de esa casa me han invadido, cientos de imágenes de nosotros: Jaime con su ordenador, Roy  viendo Lost, Luispa explicando juegos, Nacho tomándose una birra, Maria con un Martini, Mónica pillando vuelos, una treintena de personas brindando, agua de valencia mesinesa, picoteos, vinos, fútbol, cartas, PSPs, cafeteras… Sí, demasiados ejemplos, pero no llega ni a la décima parte de lo que rondaba mi cabeza.
A la que me he dado cuenta, estaba ya en la puerta de los de Madrid, al lado de Piazza Università. No sé ni cómo he llegado. Al menos, aún me queda un día para disfrutar de la gente: aún quedan dos personas que admiro. Aunque son sólo dos, me importan mil veces más de lo que vale la mayor parte de la gente que he conocido desde que nací. Gracias por acogerme. Muchas gracias.