Hay
gente que escoge la Erasmus para pegarse el año de su vida. Otros para dejarse
llevar. Otros para salir del nido, aprovechar oportunidades, aprender un idioma
o enriquecerse culturalmente. Razones más que suficientes para aceptarla. Mi
caso es algo diferente: me fui a vivir una aventura, una prueba personal. Me
fui para no malgastar más el tiempo, para decidir y ordenar mi cabeza. Digamos
que quise ver la luna llena cuando había toque de queda. Y la vi, y durante más
tiempo del previsto. Y no me arrepiento de nada. Estoy seguro de que fue la
opción más acertada. Tal vez, la única.
Y vuelvo
con el orgullo de no haber perdido ni tiempo ni cabeza, y con la sonrisa de
haber experimentado tan buenos momentos, con el recuerdo de haberme maravillado
con tantísimos lugares. Vuelvo con energía, con vitalidad. Vuelvo con ganas.
Con ganas de empezar proyectos. Con ganas de trazar (y no seguir) un camino.
Con ganas de cambiar el mundo. Al menos, mi mundo.
¿Qué
qué ha pasado? Tocará empezar/volver a leerlo todo. A revivir este cuento. A
volver a soñar qué ocurrió. Una pista: solía empezar decenas de planes, y no
acababa ninguno. Algo habré cambiado. ;)
Porque
esto no acaba entre estas páginas. Una vez, escuché decir “Erasmus once, Erasmus forever”. Y me encanta esa máxima.