viernes, 16 de diciembre de 2011

Capítulo XXIV: En 7 días


“¿Te apuntas? ¡Es del 9 al 17!”
Palabras de Roy, palabras divinas.
El 9 de noviembre fuimos unos cuantos enanos hacia Palermo (unos en coche, otros en bus). Somos 14 en total: Sara (y Macarroni, por supuesto), Lucía, Aldara, Camino (¡Hola, Camino!), Ana, Mónica (¡puñetera enana!), Laura, Elena/Enena, Luispa (¿Qué pasa, perras?), Antón, Nacho, Sergio, Roy y un servidor. ¿Y por qué Palermo? Para coger un avión. ¿Destino? Venice… Sí: ¡Venice! ¡Con ellos, y así como Laura, he cumplido uno de mis sueños desde que soy pequeño!
Al llegar al aeropuerto Marco Polo, Venice tuvo que esperar para unos pocos: Mónica, Laura, Elena/Enena y yo reservamos habitación en Mestre, el pueblo de al lado… ¿Inconscientes o ciegos? Gilipollas, más bien. Mestre por la noche no tiene nada, sólo hay personajes por la calle que no inspiran confianza, como algunos productos Eurospineros (yonkis con gabardina, 15 tipets con pintas de atracadores). Al menos la habitación estaba bien…
Eso sí, por la mañana se veía mucho mejor: parece el típico pueblo residencial. Y sobre las 11, después de un McCafé y dejar la habitación obligatoriamente pagada, decidimos hacer un video-diario y cogemos un tren al grito irónico de “I love Mestre!”: ¡Venice nos espera!
Nada más bajar del tren, lo comprobamos: Es bellísima, magnífica, para enamorarse de sus calles y canales, de sus góndolas, de sus islas… Todo en Venice es precioso: su Torre dell’Orologio, sus Vaporetti, su Ponte della Costituzione, su Piazza San Marco, su Ponte di Rialto, sus iglesias y basílicas, su Santa Maria della Salute, sus librerías, sus máscaras de carnaval, sus exposiciones de arte (porno, friki y porno-friki), su (y aún en obras) Ponte dei Sospiri, su Palazzo Ducale… ¡Hasta su Hotel Casa Linger tiene su encanto! ¡Fue llegar, y flipar! ¡No encuentro otra palabra que describa mejor la sensación, y aun así se queda corta! ¡Flipar de día, flipar de noche! Momentos de turista chino, momentos de tirado bohemio; momentos de perdidos, momentos de “¡Vergüenza ajena!”. Venice lo tiene todo…
Lamentablemente, el día 11, tenemos que decir arrivederci a sus bellos canales, y pillar un tren con destino a Firenze, paraíso de Mónica Moreno, lugar de unión de Jaime (¡ya somos 15!), y de recuperación de Luispapa (qué cara de reventado llevabas…). Me habían dicho que era como un museo andante (aunque esa frase la relaciono más con la capital), y me la esperaba simplemente bella… ¡Mentira! Si Venice me enamoró para unos días, Firenze me ha conquistado para toda la vida. Viviría allí, lo juro, y seguro que sería el más feliz del mundo. Un lugar famoso en el mundo entero por ser la única ciudad italiana por la que aún no me he perdido. Una ciudad enorme, pero concentrada todo en su centro histórico: Piazza Santa Maria Novella, el concurrido Mercato Centrale (sí, como la Fiera), la impresionante Cattedrale di Santa Maria del Fiore (y sus Puertas del Paraíso), la obligatoria Galleria dell’Accademia y sus bustos y su David, la Piazza della Republica, la artística Piazza della Signora con su Palazzo Vecchio, la nocturna Piazza Santa Croce y su basílica (y alrededores), el Ponte Vecchio, la preciosa Piazza Pitti y su Palazzo, las vistas desde Piazzale Michelangelo… Tantos lugares y esquinas que enamoran… ¿Qué contar? Calidad de vida muy buena, preciosas imágenes, EBY’s, paralíticos que de repente se levantan para dejar una birra, 3456E, camareros locos, cinco minutos más que se convierten en tres horas, un cuadro que me encanta, ensimismado todo el día… Definitivamente, el más bello lugar en el que he estado.
Dos días después, el domingo 13, con bus atontado con los bellos parajes de la Toscana. Parada en Siena. Preciosa también, aunque poco que contar de ella. Siena es pequeña, muy pequeña. Un paraíso de retiro espiritual, a modo de turismo rural. Sus calles y plazas invitan a perderse (y así lo hicimos Mónica, Laura y yo), a sentarse, a conocerlas. Y sus vistas desde lo alto son… Son… Son Toscana.
Dejamos Siena en tren, y nos dirigimos a Roma (ciudad Royense por excelencia, y de felicidad de Jaime), donde nos espera un Hostal Party, el Ivanhoe. Llegamos y música que sonaba, con sus luces y sus guiris y japoneses divirtiéndose: todo un espectáculo. Y con cinco baños, cocina y Wi-fi. ¡Ah! ¡Y cada noche, algo gratis! El primer día, cóctel; el segundo, espaguetis; y el tercero… bueno, el tercero llegamos demasiado tarde para enterarnos. Ciudad de reencuentro con otros Erasmus que estaban en el Evento Nazionale di Roma. Ciudad de mil maravillas, ciudad fascinante. Ciudad imposible de contemplar entera en tres días: o la observas toda de pasada, o te maravillas con cada punto, tirándote medio día para engullir bien cada punto. Ciudad capital, y no me extraña. Ciudad hogar del Colosseo, del Palatino, del Foro Romano, de la Fontana di Trevi, del Pantheon, del Monumento a Vittorio Emanuele II, del Castello di San Angelo de los Borgia, de los Musei Capitolini, de la Piazza Trastevere, de la Piazza Navona, y de tantas y tantas preciosidades más que es imposible redactarlas sin llenar de tinta tres páginas enteras… Es imposible dar un paso y no contemplar algo increíble. En serio, aunque no quieras, es imposible no atontarse. Roma es Roma, no tiene otro nombre. Y el Vaticano… aunque otro Estado, el Vaticano es Roma… Por cierto, hay que decir que a mi casi nos multa la policía, que a Roy le interrogaron delante del Colosseo, que hemos estado a dos o tres metros de Mario Monti el día de su toma de poder, que hemos coincidido en Piazza della Repubblica con el preestreno de la saga de Crepúsculo…
Ya el 16, de noche, hacia Fiumicino, donde hice escala al inicio, donde nació Macarroni. Y toda la noche en vela para coger el avión a las siete de la mañana hacia Fontanarossa, y llegar a las 10 a casa.
Un viaje de incontables kilómetros. Un viaje estupendo, con gente estupenda. Y, en serio, no hay palabras que describan estas cuatro ciudades: sólo su nombre. Y como escribió Camino: “Difícil es estar en Italia, y no enamorarse, por lo menos, de Italia.”
Reportaje del viaje





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